Entretorres: Las murallas que cuentan la historia de Talavera 

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Talavera de la Reina guarda un secreto entre sus calles: un rincón donde el pasado ha vuelto a la vida. El yacimiento de Entretorres, antes un solar olvidado, hoy es un espacio vibrante que nos permite caminar entre murallas que han visto pasar más de 2.000 años de historia.

¿Qué es Entretorres?

Imagina un lugar donde convivieron romanos, musulmanes y cristianos. Entretorres es eso: un tramo amurallado que ha sido testigo de culturas, conflictos y cambios. Gracias a una inversión de más de 500.000 euros, se ha recuperado un área de más de 3.000 metros cuadrados, con 110 metros de muralla, torres defensivas, barbacanas y hasta restos de viviendas musulmanas.

Murallas de Entretorres virtuales
Murallas de Entretorres virtuales
Entretorres durante la excavación
Entretorres durante la excavación

¿Por qué es especial?

• Miradores y paseos: Puedes recorrer el interior de la muralla y asomarte desde miradores que ofrecen una vista única del río Tajo y del casco histórico.

• Tecnología 3D: Paneles informativos con reconstrucciones digitales realizadas por Balawat permiten ver cómo era este espacio en distintas épocas.

• Renaturalización: Se han introducido plantas y sistemas de riego para integrar el patrimonio en el entorno urbano.

Un viaje sin máquina del tiempo

Gracias a las imágenes 3D que acompañan este artículo, puedes explorar Entretorres como nunca antes. Verás cómo se levantaban las murallas, cómo se vivía dentro de ellas y cómo la ciudad se defendía. Es como pasear por la Edad Media... sin salir de Talavera.

Talabayra, año del Señor 1025

El viajero había seguido el curso del Tajo durante días, dejando atrás mesetas duras y pueblos silenciosos. Al amanecer, cuando la luz apenas rozaba las aguas y la bruma aún se aferraba a los álamos, la ciudad apareció ante él.

Talabayra.

Las murallas se alzaban con una firmeza que no intimidaba, pero sí imponía respeto. Altas, bien asentadas, de piedra clara, con torres que rompían la línea del cielo. Las albarranas, separadas del cuerpo principal, flotaban entre la niebla como piezas de un tablero que solo los arquitectos del poder sabían jugar. Eran nuevas, decían, levantadas por orden del califa Abderramán sobre los huesos de Roma. Y se notaba. Algunas piedras llevaban inscripciones latinas, otras marcas de canteros andalusíes. El viajero no entendía las letras, pero reconocía el trabajo bien hecho.

Se detuvo.

No por cansancio, sino por instinto.

El aire olía a agua, a piedra húmeda, a humo lejano. Los centinelas patrullaban en lo alto, envueltos en capas oscuras, con la mirada fija en el horizonte. Desde abajo, parecían parte del muro. En lo alto de una torre semicircular, una bandera ondeaba con los colores del poder. No era solo tela. Era aviso.

La ciudad comenzaba a moverse.

Desde la Puerta de Mérida llegaban sonidos de carros, animales, voces mezcladas. Talabayra era cruce. Se notaba en los rostros, en las ropas, en los acentos. El viajero vio entrar a comerciantes con túnicas de seda, campesinos con cestos de higos, soldados con armaduras que brillaban al sol. Todo tenía su sitio. Nadie corría. Nadie gritaba. Era una ciudad que funcionaba.

El sol subía despacio, tiñendo de cobre las torres. 

El viajero se ajustó la capa, y siguió caminando.