Las Fullónicas de Mérida: las lavanderías del mundo romano
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Cuando pensamos en la Mérida romana (Augusta Emerita), lo primero que nos viene a la cabeza son sus grandes monumentos: el teatro, el anfiteatro, los acueductos o el puente sobre el Guadiana. Pero la vida cotidiana de la ciudad se sostenía también gracias a espacios más humildes… aunque igual de esenciales. Uno de ellos eran las fullónicas, los talleres donde se lavaba, blanqueaba y teñía la ropa.
¿Qué era una fullonica?
La palabra viene del latín fullones, los trabajadores textiles. Estos establecimientos eran una mezcla de lavandería, tintorería y centro de acabado textil. Allí se trataban las prendas con productos que hoy nos sorprenderían: cal, ceniza… ¡y orina!
Sí, has leído bien: la orina, rica en amoníaco, se utilizaba como detergente natural. Los romanos incluso tenían un impuesto específico sobre su recogida, el famoso vectigal urinae, instaurado por el emperador Vespasiano. De ahí viene la frase pecunia non olet ("el dinero no huele"), que aún usamos hoy.

¿Cómo funcionaban?
Imagina la escena:
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Los trabajadores introducían las telas en las piletas con agua mezclada con cal y orina.
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Las pisaban con los pies, como si se tratara de una "danza del lavado".
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Después venía el aclarado en depósitos con agua limpia.
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Finalmente, se extendían las prendas para secarlas, batirlas y plancharlas con piedras calientes.
Un proceso que unía química, fuerza física y mucha paciencia.

Curiosidades de las fullónicas
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En Pompeya se conservan algunas fullónicas enteras, decoradas incluso con murales que muestran a los trabajadores en plena faena.
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Estos talleres no estaban precisamente libres de olores… por eso solían situarse en calles secundarias o en las afueras.
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La ropa blanca, símbolo de estatus, pasaba por un proceso especial de blanqueo con creta (arcilla blanca) que le daba ese aspecto pulcro tan valorado en la élite romana.
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Algunos fullones llegaron a ser personajes influyentes: en Pompeya, un tal Lucius Veranius Hypsaeus dedicó una inscripción electoral en la fachada de su taller.

Un patrimonio poco conocido
La fullonica de Mérida, escondida bajo solares modernos, no es tan accesible como otros restos de la ciudad. Sin embargo, su importancia es enorme: aporta una ventana única a la vida cotidiana de los emeritenses, recordándonos que junto a los espectáculos en el teatro o las termas, había que ocuparse de algo tan básico como la colada.
Hoy, gracias a la arqueología y a las reconstrucciones 3D, podemos volver a imaginar aquellos espacios bulliciosos, llenos de agua, tejidos y trabajo constante. Y comprender que la historia de Roma no se escribe solo con mármol y monumentos, sino también con el esfuerzo de quienes mantenían en pie la vida de todos los días.

Las officinae lanificariae
eran los talleres textiles romanos dedicados a trabajar la lana desde la materia prima hasta convertirla en tejido. Allí se realizaban tareas como lavar la lana recién esquilada, cardarla, hilarla, teñirla y tejerla en telares.
En Roma, el trabajo de la lana era considerado una actividad femenina ejemplar: se decía que las matronas hilaban en casa, símbolo de virtud. Pero en la práctica, en los talleres a gran escala trabajaban esclavos y trabajadores especializados.
El vestido romano básico, la toga, era de lana. Su blancura impecable era un signo de prestigio, y para ello entraban en juego las fullonicae.
Algunas inscripciones mencionan a los lanificarii como gremios organizados, lo que muestra que era un oficio con peso económico.
